Cap. 3
La primera luz del amanecer teñía la noche de rosa y del verde más pálido. Junsu la observó desde la ventana de su habitación en la casa de huéspedes. Había alquilado aquel cuarto específicamente debido a que tenia una trampilla en el techo, una abertura, que conducía a la plataforma de observación del tejado situado encima. En aquel momento, la trampilla estaba abierta, y un viento fresco y húmedo descendía por la escalera situada abajo. Junsu estaba totalmente vestido, pero no era por que hubiera madrugado. No se había acostado.
Acababa de regresar del bosque y llevaba algunos restos de hojas húmedas pegadas a un lado de la bota. Los retiró meticulosamente. Los comentarios de los estudiantes del día anterior no le habían pasado por alto y sabía que se habían fijado en sus ropas. Siempre se había vestido con lo mejor, no sólo por vanidad, si no porque era lo correcto. Su tutor la había dicho a menudo: «Un aristócrata debería vestir como corresponde a su posición. Si no lo hace, muestra desprecio por los demás».
¿Por qué se dedicaba a pensar en aquellas cosas? Claro, debería haber comprendido de hacer el papel de un estudiante era probable que recordara sus propios días como alumno. En aquellos momentos, los recuerdos le llegaban copiosamente, como si hojeara las páginas de un diario, los ojos capturando una anotación aquí y otra allá. Una apareció fugazmente ante él: el rostro de su padre cuando Jaejoong había anunciado que abandonaba la universidad. Jamás olvidara eso. Jamás había visto a su padre tan enojado.
------¿Qué quieres decir con que no vas a regresar? ------ Hyung joong por lo general era un hombre justo, pero tenía mal genio, y Jaejoong por lo general hacía aflorar la violencia que había en él. En aquel preciso momento, ese hijo se tocaba ligeramente sus labios con un pañuelo de seda color mostaza.
------Había pensando que incluso tú podrías entender una frase tan simple, padre. ¿Deseas que te la repita en Coreano o en latín? ¿Que te parece en japonés o en chino? ¿Quizás inglés? ------Dijo Jaejoong con sarcasmo.
------Jaejoong... ------empezó Junsu con severidad, consternando ante aquella falta de respeto.
Pero su padre lo interrumpió.
------¿Me estás diciendo que yo, Kim Hyung joong, tendré que presentarme ante mis amigos sabiendo que mi hijo es un babo? ¿Un bueno para nada? ¿Un inútil que no aporta ninguna contribución a Corea?
Los criados se iban alejando lentamente a medida en que Hyung joong se encolerizada más.
Jaejoong ni siquiera pestañeó.
------Aparentemente. Si puedes llamar amigos a esos que te halagan con la esperanza de que les prestes dinero.
------manghal gisaengchung !------Gritó Hyung joong, levantándose de su silla------. ¿No es bastante malo que cuando estás en la escuela malbarates tu tiempo y mi dinero? Ah, sí, lo sé todo sobre el juego, las apuestas y las mujeres. Y sé que de no ser por tu secretario y tus tutores suspenderías todos los cursos. Pero ahora tienes toda la intención de deshonrarme totalmente. ¿Y por qué? ¿Por qué? ------Su enorme mano se alzó veloz para agarrar la barbilla de Jaejoong------. ¿Para poder regresar a tus cacerías y tu cetrería?
Junsu tuvo que hacerle justicia a su hermano; Jaejoong ni siquiera se echó para atrás. Se mantuvo firme, casi reclinado en la mano de su padre que lo sujetaba, un anarquista de pies a cabeza, desde la gorra elegantemente sencilla sobre la oscura cabeza pasando por la capa ribeteada de armiño, hasta llegar a los suaves zapatos de piel. Su labio superior estaba curvado en un gesto de absoluta arrogancia.
«Has ido demasiado lejos está vez ------pensó Junsu, observando a los dos hombres, que se miraban fijamente a los ojos------. Ni siquiera tú serás capaz de salir de todo esto usando tus encantos».
Pero en ese momento sonaron pasos suaves en la entrada del estudio. Junsu volteó la cabeza y se quedó encandilado con unos ojos de color lapislázuli enmarcados por largas pestañas doradas. Era Naony. Su padre, el barón Von Swartzschild, la había traído desde las frías tierras de los príncipes alemanes a la campiña coreana, con la esperanza de que esto ayudaría a que se recuperara de una larga enfermedad. Y desde el día de su llegada, todo había cambiado para Junsu.
-----Les ofrezco disculpas. No era mi intención molestar.
Su voz era suave y nítida. Efectúo un leve gesto como para marcharse.
-----No, no te vayas. Quédate -----se apresuro a decir Junsu. Quiso decir más, tomarle la mano…, pero no se atrevió. No en presencia de su padre. Todo lo que pudo hacer fue mirar fijamente los ojos azules, como gemas, dirigidos hacía él.
-----Sí, quédate -----dijo Hyung joong, y Junsu vio que la expresión furiosa de su padre se había ablandado y que había soltado a Jaejoong.
El noble se adelantó, arreglándose los gruesos pliegues de la larga capa con aplicaciones de piel.
-----Tu padre debería estar de regreso hoy de sus negocios en la cuidad, y le encantara verte. Pero tus mejillas están pálidas, pequeña Naony. Espero que no vuelvas a enfermarte.
-----Ya sabe que siempre estoy pálida, señor. No utilizo rubor como las atrevidas muchachas italianas.
-----No lo necesitas -----Dijo Junsu sin poder contenerse, y ella le sonrió.
Era tan hermosa… El muchacho sintió un dolor en el pecho.
-----Y te veo demasiado poco durante el día -----siguió su padre-----. Casi nunca nos concedes el placer de tu compañía antes del crepúsculo.
-----Llevo acabó mis estudios y mis oraciones en mis propios aposentos, señor -----respondió Naony con voz queda, bajando las pestañas.
Junsu sabía que no era cierto, pero no dijo nada; jamás traicionaría el secreto de Naony. La muchacha volvió a dirigir los ojos hacia el padre de Junsu.
-----Pero ahora estoy aquí. Señor.
-----Sí, sí, eso es cierto. Y debo ocuparme de que está noche tengamos una comida muy especial para celebrar el regreso de tu padre.
Junsu volteó hacia Naony con deleite. Casi nunca podían conversar sin la presencia de su padre o de Gudren, la imperturbable sirvienta alemana de la joven.
Pero lo que Junsu vio fue como un puñetazo en el estómago, Naony sonreía…, aquella leve sonrisa reservada que tan a menudo había compartido con él. Pero no lo miraba a él. Miraba a Jaejoong.
Junsu odio a su hermano en aquel momento, odió la belleza pálida y la gracia y la sensualidad de Jaejoong, que atraían a las mujeres hacia él como mariposas a la luz. Quiso en ese momento golpear a Jaejoong, hacer pedazos aquella belleza. Pero tuvo que permanecer allí y contemplar cómo Naony avanzaba despacio hacia su hermano, paso a paso, con su vestido de brocado dorado susurrando sobre el piso adoquinado.
Y mientras él observaba, Jaejoong extendió una mano hacia Naony y sonrió con la cruel sonrisa del triunfo…
Junsu se apartó de la ventana rápidamente.
¿Por qué volvía a abrir viejas heridas? Pero, incluso mientras lo pensaba, sacó la delgada cadena de oro que llevaba debajo de la camisa. Su pulgar y un índice acariciaron el anillo que colgaba de ella y luego lo alzó hacia la luz.
El pequeño aro exquisitamente labrado en oro, y cinco siglos no habían amortiguado su lustre. Llevaba engarzada una única piedra, un lapislázuli del tamaño de la uña de su meñique. Junsu lo contempló, luego miró el grueso anillo de plata, el también con lapislázuli engarzado, de su propia mano. En el pecho sintió una opresión familiar.
No podía olvidar el aspado, y en realidad no deseaba hacerlo. Pese a todo lo que había sucedido, atesoraba el recuerdo de Naony. Pero había un recuerdo que realmente no debía perturbar, una página del diario que no debía voltear. Si tenía que revivir aquel horror, aquella... abominación, se volvería loco. Como había enloquecido aquel día, aquel último día, cuando había contemplado su propia condenación.
Se apoyo en la ventana, con la frente presionada sobre su frescor. Su tutor también le había dicho: «El mas jamás encontrará la paz. Puede que triunfe, pero jamás encontrará la paz».
¿Por qué había tenido que venir a México?
Había esperado hallar la paz aquí, pero eso era imposible. Jamás lo aceptarían, jamás descansaría. Porque era malvado. No podía cambiar lo que era.
Mariana se levantó más temprano de lo habitual esa mañana y escuchó a su madre dando vueltas por su habitación, preparándose para tomar el baño. Cynthia dormía aún profundamente, enroscada igual que un ratoncito en su cama. Mariana pasó frente a la puerta entreabierta de su hermana menos sin hacer ruido y continuó por el pasillo hasta abandonar la casa. El aire era fresco y limpio esa mañana; el árbol de membrillo estaba habitado únicamente por los acostumbrados arrendajos y gorriones. Mariana, que se había acostado con un terrible dolor de cabeza, levantó el rostro hacia el limpio cielo azul y respiró profundamente.
Se sentía mucho mejor de lo que se había sentido el día anterior. Había prometido encontrase con Yuchun antes de ir a clases y, aunque no le entusiasmaba demasiado, estaba segura de que todo iría bien.
Yuchun vivía a sólo dos calles de la escuela. Era una sencilla casa de madera, como todas las demás en aquella calle, excepto que quizá el columpio del jardín estaba un poco más deslucido, y la pintura un poco más despostillada. Yuchun estaba ya en el exterior, y durante un momento el corazón de la muchacha se aceleró ante la familiar visión.
Realmente era apuesto. De eso no cabía duda. No del mundo deslumbrante, casi perturbador, de... alguna persona, sino de un saludable modo Sur Coreano. Park Yuchun era típicamente Sur Coreano. Llevaba el pelo café oscuro muy corto por la temporada de fútbol y tenía la piel bronceada debido al trabajo al aire libre en la granja de sus abuelos. Sus ojos cafés oscuros eran honestos y francos. Y precisamente hoy, mientras extendía los brazos para abrazarla con suavidad, estaban algo tristes.
------¿Quieres entrar?
------No. Limitémonos a caminar ------dijo Mariana.
Caminaron uno junto al otro sin tocarse. Hayas y nogales negros bordeaban aquella calle, y el aire tenía aún una quietud matutina. Mariana contempló sus pies sobre la húmeda banqueta, sintiendo se repentinamente indecisa. Después de todo, seguía sin saber cómo empezar.
------No me has contado cómo te fue en Lóndres ------dijo él.
------Ah, estupendo ------respondió Mariana, y lo miró de soslayo; también el miraba la banqueta------. Todo resulto fantástico ------continuó, intentando dar un poco de entusiasmo a su voz------. La gente, la comida, todo. Realmente fue... ------Su voz se apagó, y lanzó una carcajada nerviosa.
------Sí, ya sé. Estupendo ------completó él la frase de ella.
Yuchun se detuvo y se quedó mirando hacia el piso, a sus gastados tenis. Mariana vio que eran los del año anterior. La familia de Yuchun apenas conseguía ir pasándola; tal vez no había podido comprarse unos nuevos. La joven levantó la vista y se encontró aquellos ojos cafés fijos en su rostro.
------¿Sabes?, tienes un aspecto hermoso en este momento ------dijo él.
Mariana abrió la boca con consternación, pero él volvía a hablar.
------E imagino que tienes algo que decirme.
Mariana lo miró fijamente, y él sonrió, con una sonrisa forzada y triste. Luego volvió a tenderle los brazos.
------Yuchun------dijo ella, abranzándolo con fuerza; después se aparto para mirarlo a la cara------. Yuchun, eres el chavo más lindo que he conocido nunca. No te merezco.
------Ah, entonces por eso me cortas ------dijo él, mientras continuaban caminando------. Porque soy demasiado bueno para ti. Debería haberme dado cuenta antes.
Ella le dio un puñetazo en el brazo.
------No, no es por eso, y tampoco te estoy cortando. Seremos amigos, ¿de acuerdo?
------Desde luego. Por supuesto.
------Porque eso es lo que he comprendido que somos.------ Se detuvo, volviendo a levantar la mirada hacia él------. Buenos amigos. Sé honesto ahora, Yuchun, ¿no es eso lo que realmente siente por mí?
Él la miró y luego alzó los ojos al cielo.
------¿Puedo acogerme a la Quinta Enmienda respecto a eso? ------dijo y al ver que Mariana le ponía mala cara, añadió------: no tiene nada que ver con ese chavo nuevo, ¿verdad?
------No ------respondió ella tras una vacilación, y luego añadió con rapidez------, ni siquiera lo conozco aún. No sé quien es.
------Pero quieres conocerlo. No, no lo digas. ------La rodeó con un brazo y la hizo girar con suavidad------. Vente, vámonos a la escuela. Si tenemos tiempo, incluso te compraré una dona.
Mientras caminaba, algo se agitó violentamente en la copa del nogal que esta sobre sus cabezas. Yuchun lanzó un silbido y señaló con el debo.
------¡Mira eso! Es el cuervo más grande que he visto nunca.
Mariana miró, pero ya había desaparecido.
Aquel día, la escuela fue sólo el lugar adecuado para que Mariana repasara su plan.
Por la mañana había despertado sabiendo qué hacer. Y durante el día reunió toda la información que pudo acerca de Kim Junsu. Lo que no resultó difícil, porque todo el mundo en Green Land School hablaba de él.
Todo el mundo sabía quien había tenido alguna especie de roce con la funcionaria de admisiones el día anterior. Y hoy lo habían llevado a la oficina del director. Algo relacionado con sus papeles. Pero el director lo había enviado de regreso al aula (tras, se rumoreaba, una llamada de larga distancia a Corea... ¿o era China?), y todo parecía arreglado ya. Oficialmente al menos.
Cuando Mariana llegó a su clase de Historia Europea aquella tarde, la saludó un suave chiflido en el pasillo. Richard Martínez y Patrick Mendieta andaban echando relajo por allí. Un par de imbéciles de lo peor, se dijo, haciendo caso omiso del chiflido y las miradas fijas. Pensaban que ser pateador y defensa en el equipo de fútbol americano de la escuela los convertía en unos tipos sensacionales. Mantuvo un ojo puesto en ellos mientras también ella pasaba el rato en el pasillo, aplicándose una nueva capa de pintalabios y jugueteaba con la polvera, había dado a Paola instrucciones especiales, y el plan estaba listo para ponerlo en práctica en cuanto a Junsu apareciera. El espejo de la polvera le proporcionaba una visión espuenda del pasillo a su espalda.
De cualquier modo, no lo vio llegar. Apreció a su lado repentinamente, y ella cerró la polvera de golpe mientras él pasaba. Su intención era detenerlo, pero algo sucedió antes de que pudiera hacerlo. Junsu se puso tenso... o, al menos, algo le ocurrió que lo hizo adoptar una actitud cautelosa de improviso. En ese instante Richard y Patrick se colocaron frente a la puerta del aula de historia, impidiéndole el paso.
Imbéciles de talla mundial, se dijo Mariana. Echado chispas, los miró iracunda por encima del hombro de Junsu.
Disfrutaban con el jueguito, apoyados contra la puerta mientras fingían estar totalmente ciegos a la presencia de Junsu allí de pie.
------Con permiso.
Era el mismo tono de voz que había usando con el profesor de historia. Sosegada, distante.
Richard y Patrick se miraron uno a otro, luego a su al rededor, como si escucharan voces fantasmales.
------¿Escuuzi? ------dijo Patrick con voz de falsete------. ¿Escuuzi a mí? ¿A mí escuuzi? ¿Jacuzzi?
Los dos rieron.
Mariana vio cómo los músculos se tensaban bajo la playera que tenía delante. Aquello era totalmente injusto; los dos molestaban al joven, y la espalda de Richard era casi del doble de ancha.
------¿Sucede algo?
Mariana se sobresaltó tanto como los dos muchachos ante la nueva voz que se escuchó a su espalda. Dio media vuelta y se encontró con Yuchun. Sus ojos cafés tenían una mirada dura.
Mariana mordió los labios para contener una sonrisa mientras Patrick y Richard se apartaban despacio, con resentimiento. El bueno de Yuchun, se dijo. Pero ahora el bueno de Yuchun entraba en en aula acompañando a Junsu, y ella se tenía que resignar a seguirlos, observando la parte posterior de dos playeras. Cuando se sentaron, se deslizó en el pupitre situado detrás de Junsu, desde donde podía observarlo sin que la viera. Su plan tendría que esperar hasta que finalizara la clase.
------Eh, oye ------empezó por fin, incómodo------. Esos chavos, ya sabes...
Junsu rió. Fue un sonido amargo.
------¿Quién soy yo para juzgar?
Había más emoción en su voz de la que Mariana había oído antes, incluso cuando le había hablado al señor Tanner. Y aquella emoción era infelicidad total.
------De todos modos, ¿por qué tendría que ser bienvenido aquí? ------finalizó, casi para sí mismo.
------¿Por qué no deberías serlo? ------Yuchun había estado mirando fijamente a Junsu, y en ese momento su mandíbula se irguió con determinación------. Oye ------dijo------, ayer hablaste sobre el fútbol. Bien, a nuestro mejor receptor abierto se le rompió un ligamento, y necesitamos un sustituto. Entrenaremos esta tarde. ¿Qué te parece? ------¿Yo? ------Junsu parecía sorprendido------. Ah... No sé si podría.
------¿Sabes correr?
------¿Correr...?
Junsu se medio giró hacia Yuchun, y Mariana vio cómo un leve atisbo de sonrisa curvaba sus labios.
------Sí.
------Eso es todo lo que un receptor abierto tiene que hacer. Yo soy el portero. Si puedes atrapar lo que yo tire y correr con ello, puedes jugar.
------Entiendo.
Lo cierto era que Junsu casi sonreía, y aunque la boca de Yuchun tenía una expresión seria, sus ojos cafés estaban risueños. Sorprendida de sí misma, Mariana advirtió que estaba celosa. Había una cordialidad entre los dos muchachos que la excluía completamente.
Pero al siguiente instante, la sonrisa de Junsu desapareció.
------Gracias..., pero no. Tengo otros compromisos.
En ese momento, Paola y Sheilalin llegaron y empezó la clase.
Durante toda la lección de Tanner sobre Europa, Mariana no dejó de repetirse: «Hola, me llamo Mariana Ferreti. Estoy en el comité de bienvenida del último curso y me designaron para que te muestre la escuela. Seguramente no querrás ponerme en apuros, ¿verdad?, impidiendo que haga mi trabajo». Eso último, con ojos muy abiertos y melancólicos..., pero sólo si daba la impresión de que él intentara zafarse. Era un plan infalible. Seguro no podría resistírsele a una dama en apuros.
Cuando estaban a la mitad de la clase, la chava sentada a su derecha le pasó una nota. Mariana la abrió reconoció la letra redonda en infantil de Paola. Decía: Mantuve a S. alejada todo el tiempo que pude. «¿Qué sucedió? ¿Funciono?».
Mariana levantó la vista y vio a Paola volteada hacia atrás en su asiento en primera fila. Mariana señaló la nota y negó con la cabeza, articulando con los labios: «Después de clases».
Pareció que transcurría un siglo antes de que Tanner diera las últimas instrucciones sobre exposiciones orales y los dejara ir. Entonces todos el mundo se levantó de golpe. «Ahí vamos», pensó Mariana, y con el corazón latiéndole con fuerza, se colocó directamente en el camino de Junsu, impidiéndole el paso por el pasillo, de modo que no pudiera esquivarla.
Igualito que Richard y Patrick, se dijo, sintiendo un irresistible impulso de reírse como tonta. Levantó la mirada y se encontró con sus ojos a la altura de la boca del muchacho.
Su mente se quedó en blanco. ¿Qué era lo que se suponía que tenía que decir? Abrió la boca y de algún modo las palabras que había estado ensayando brotaron atropelladamente.
------Hola, soy Mariana Ferreti, y estoy en el comité de bienvenida del último curso y me designaron para...
------Lo siento; no tengo tiempo.
Por un momento no pudo creer que él estuviera hablando, que no fuera a darle siquiera la oportunidad de terminar. Su boca siguió pronunciando el discurso.
------.... que te muestre la escuela...
------Lo siento. No puedo. Tengo que... tengo que ir al entrenamiento de fútbol americano.------ Junsu volteó la cabeza hacia Yuchun, que se mantenía al margen con expresión atónita ------. Dijiste que seria después de clases, ¿verdad?
------Sí ------dijo éste lentamente------, pero...
------Entonces será mejor que me ponga en marcha. Tal vez podrías mostrarme el camino.
Yuchun miró a Mariana con expresión de impotencia y luego se encogió de hombros.
------Bueno..., claro. Vamos.
Echó un vistazo hacia atrás mientras se iban. Junsu, no.
Mariana se encontró paseando la mirada por un circulo de observadores, incluida Sheilalin, que le dedicaba una clara sonrisita de suficiencia. La muchacha sintió un aturdimiento en doto el cuerpo y una sensación de ahogo en la garganta. No podía soportar seguir allí ni un segundo más. Dio la vuelta y abandonó el pasillo tan aprisa como pudo.
La primera luz del amanecer teñía la noche de rosa y del verde más pálido. Junsu la observó desde la ventana de su habitación en la casa de huéspedes. Había alquilado aquel cuarto específicamente debido a que tenia una trampilla en el techo, una abertura, que conducía a la plataforma de observación del tejado situado encima. En aquel momento, la trampilla estaba abierta, y un viento fresco y húmedo descendía por la escalera situada abajo. Junsu estaba totalmente vestido, pero no era por que hubiera madrugado. No se había acostado.
Acababa de regresar del bosque y llevaba algunos restos de hojas húmedas pegadas a un lado de la bota. Los retiró meticulosamente. Los comentarios de los estudiantes del día anterior no le habían pasado por alto y sabía que se habían fijado en sus ropas. Siempre se había vestido con lo mejor, no sólo por vanidad, si no porque era lo correcto. Su tutor la había dicho a menudo: «Un aristócrata debería vestir como corresponde a su posición. Si no lo hace, muestra desprecio por los demás».
¿Por qué se dedicaba a pensar en aquellas cosas? Claro, debería haber comprendido de hacer el papel de un estudiante era probable que recordara sus propios días como alumno. En aquellos momentos, los recuerdos le llegaban copiosamente, como si hojeara las páginas de un diario, los ojos capturando una anotación aquí y otra allá. Una apareció fugazmente ante él: el rostro de su padre cuando Jaejoong había anunciado que abandonaba la universidad. Jamás olvidara eso. Jamás había visto a su padre tan enojado.
------¿Qué quieres decir con que no vas a regresar? ------ Hyung joong por lo general era un hombre justo, pero tenía mal genio, y Jaejoong por lo general hacía aflorar la violencia que había en él. En aquel preciso momento, ese hijo se tocaba ligeramente sus labios con un pañuelo de seda color mostaza.
------Había pensando que incluso tú podrías entender una frase tan simple, padre. ¿Deseas que te la repita en Coreano o en latín? ¿Que te parece en japonés o en chino? ¿Quizás inglés? ------Dijo Jaejoong con sarcasmo.
------Jaejoong... ------empezó Junsu con severidad, consternando ante aquella falta de respeto.
Pero su padre lo interrumpió.
------¿Me estás diciendo que yo, Kim Hyung joong, tendré que presentarme ante mis amigos sabiendo que mi hijo es un babo? ¿Un bueno para nada? ¿Un inútil que no aporta ninguna contribución a Corea?
Los criados se iban alejando lentamente a medida en que Hyung joong se encolerizada más.
Jaejoong ni siquiera pestañeó.
------Aparentemente. Si puedes llamar amigos a esos que te halagan con la esperanza de que les prestes dinero.
------manghal gisaengchung !------Gritó Hyung joong, levantándose de su silla------. ¿No es bastante malo que cuando estás en la escuela malbarates tu tiempo y mi dinero? Ah, sí, lo sé todo sobre el juego, las apuestas y las mujeres. Y sé que de no ser por tu secretario y tus tutores suspenderías todos los cursos. Pero ahora tienes toda la intención de deshonrarme totalmente. ¿Y por qué? ¿Por qué? ------Su enorme mano se alzó veloz para agarrar la barbilla de Jaejoong------. ¿Para poder regresar a tus cacerías y tu cetrería?
Junsu tuvo que hacerle justicia a su hermano; Jaejoong ni siquiera se echó para atrás. Se mantuvo firme, casi reclinado en la mano de su padre que lo sujetaba, un anarquista de pies a cabeza, desde la gorra elegantemente sencilla sobre la oscura cabeza pasando por la capa ribeteada de armiño, hasta llegar a los suaves zapatos de piel. Su labio superior estaba curvado en un gesto de absoluta arrogancia.
«Has ido demasiado lejos está vez ------pensó Junsu, observando a los dos hombres, que se miraban fijamente a los ojos------. Ni siquiera tú serás capaz de salir de todo esto usando tus encantos».
Pero en ese momento sonaron pasos suaves en la entrada del estudio. Junsu volteó la cabeza y se quedó encandilado con unos ojos de color lapislázuli enmarcados por largas pestañas doradas. Era Naony. Su padre, el barón Von Swartzschild, la había traído desde las frías tierras de los príncipes alemanes a la campiña coreana, con la esperanza de que esto ayudaría a que se recuperara de una larga enfermedad. Y desde el día de su llegada, todo había cambiado para Junsu.
-----Les ofrezco disculpas. No era mi intención molestar.
Su voz era suave y nítida. Efectúo un leve gesto como para marcharse.
-----No, no te vayas. Quédate -----se apresuro a decir Junsu. Quiso decir más, tomarle la mano…, pero no se atrevió. No en presencia de su padre. Todo lo que pudo hacer fue mirar fijamente los ojos azules, como gemas, dirigidos hacía él.
-----Sí, quédate -----dijo Hyung joong, y Junsu vio que la expresión furiosa de su padre se había ablandado y que había soltado a Jaejoong.
El noble se adelantó, arreglándose los gruesos pliegues de la larga capa con aplicaciones de piel.
-----Tu padre debería estar de regreso hoy de sus negocios en la cuidad, y le encantara verte. Pero tus mejillas están pálidas, pequeña Naony. Espero que no vuelvas a enfermarte.
-----Ya sabe que siempre estoy pálida, señor. No utilizo rubor como las atrevidas muchachas italianas.
-----No lo necesitas -----Dijo Junsu sin poder contenerse, y ella le sonrió.
Era tan hermosa… El muchacho sintió un dolor en el pecho.
-----Y te veo demasiado poco durante el día -----siguió su padre-----. Casi nunca nos concedes el placer de tu compañía antes del crepúsculo.
-----Llevo acabó mis estudios y mis oraciones en mis propios aposentos, señor -----respondió Naony con voz queda, bajando las pestañas.
Junsu sabía que no era cierto, pero no dijo nada; jamás traicionaría el secreto de Naony. La muchacha volvió a dirigir los ojos hacia el padre de Junsu.
-----Pero ahora estoy aquí. Señor.
-----Sí, sí, eso es cierto. Y debo ocuparme de que está noche tengamos una comida muy especial para celebrar el regreso de tu padre.
Junsu volteó hacia Naony con deleite. Casi nunca podían conversar sin la presencia de su padre o de Gudren, la imperturbable sirvienta alemana de la joven.
Pero lo que Junsu vio fue como un puñetazo en el estómago, Naony sonreía…, aquella leve sonrisa reservada que tan a menudo había compartido con él. Pero no lo miraba a él. Miraba a Jaejoong.
Junsu odio a su hermano en aquel momento, odió la belleza pálida y la gracia y la sensualidad de Jaejoong, que atraían a las mujeres hacia él como mariposas a la luz. Quiso en ese momento golpear a Jaejoong, hacer pedazos aquella belleza. Pero tuvo que permanecer allí y contemplar cómo Naony avanzaba despacio hacia su hermano, paso a paso, con su vestido de brocado dorado susurrando sobre el piso adoquinado.
Y mientras él observaba, Jaejoong extendió una mano hacia Naony y sonrió con la cruel sonrisa del triunfo…
Junsu se apartó de la ventana rápidamente.
¿Por qué volvía a abrir viejas heridas? Pero, incluso mientras lo pensaba, sacó la delgada cadena de oro que llevaba debajo de la camisa. Su pulgar y un índice acariciaron el anillo que colgaba de ella y luego lo alzó hacia la luz.
El pequeño aro exquisitamente labrado en oro, y cinco siglos no habían amortiguado su lustre. Llevaba engarzada una única piedra, un lapislázuli del tamaño de la uña de su meñique. Junsu lo contempló, luego miró el grueso anillo de plata, el también con lapislázuli engarzado, de su propia mano. En el pecho sintió una opresión familiar.
No podía olvidar el aspado, y en realidad no deseaba hacerlo. Pese a todo lo que había sucedido, atesoraba el recuerdo de Naony. Pero había un recuerdo que realmente no debía perturbar, una página del diario que no debía voltear. Si tenía que revivir aquel horror, aquella... abominación, se volvería loco. Como había enloquecido aquel día, aquel último día, cuando había contemplado su propia condenación.
Se apoyo en la ventana, con la frente presionada sobre su frescor. Su tutor también le había dicho: «El mas jamás encontrará la paz. Puede que triunfe, pero jamás encontrará la paz».
¿Por qué había tenido que venir a México?
Había esperado hallar la paz aquí, pero eso era imposible. Jamás lo aceptarían, jamás descansaría. Porque era malvado. No podía cambiar lo que era.
Mariana se levantó más temprano de lo habitual esa mañana y escuchó a su madre dando vueltas por su habitación, preparándose para tomar el baño. Cynthia dormía aún profundamente, enroscada igual que un ratoncito en su cama. Mariana pasó frente a la puerta entreabierta de su hermana menos sin hacer ruido y continuó por el pasillo hasta abandonar la casa. El aire era fresco y limpio esa mañana; el árbol de membrillo estaba habitado únicamente por los acostumbrados arrendajos y gorriones. Mariana, que se había acostado con un terrible dolor de cabeza, levantó el rostro hacia el limpio cielo azul y respiró profundamente.
Se sentía mucho mejor de lo que se había sentido el día anterior. Había prometido encontrase con Yuchun antes de ir a clases y, aunque no le entusiasmaba demasiado, estaba segura de que todo iría bien.
Yuchun vivía a sólo dos calles de la escuela. Era una sencilla casa de madera, como todas las demás en aquella calle, excepto que quizá el columpio del jardín estaba un poco más deslucido, y la pintura un poco más despostillada. Yuchun estaba ya en el exterior, y durante un momento el corazón de la muchacha se aceleró ante la familiar visión.
Realmente era apuesto. De eso no cabía duda. No del mundo deslumbrante, casi perturbador, de... alguna persona, sino de un saludable modo Sur Coreano. Park Yuchun era típicamente Sur Coreano. Llevaba el pelo café oscuro muy corto por la temporada de fútbol y tenía la piel bronceada debido al trabajo al aire libre en la granja de sus abuelos. Sus ojos cafés oscuros eran honestos y francos. Y precisamente hoy, mientras extendía los brazos para abrazarla con suavidad, estaban algo tristes.
------¿Quieres entrar?
------No. Limitémonos a caminar ------dijo Mariana.
Caminaron uno junto al otro sin tocarse. Hayas y nogales negros bordeaban aquella calle, y el aire tenía aún una quietud matutina. Mariana contempló sus pies sobre la húmeda banqueta, sintiendo se repentinamente indecisa. Después de todo, seguía sin saber cómo empezar.
------No me has contado cómo te fue en Lóndres ------dijo él.
------Ah, estupendo ------respondió Mariana, y lo miró de soslayo; también el miraba la banqueta------. Todo resulto fantástico ------continuó, intentando dar un poco de entusiasmo a su voz------. La gente, la comida, todo. Realmente fue... ------Su voz se apagó, y lanzó una carcajada nerviosa.
------Sí, ya sé. Estupendo ------completó él la frase de ella.
Yuchun se detuvo y se quedó mirando hacia el piso, a sus gastados tenis. Mariana vio que eran los del año anterior. La familia de Yuchun apenas conseguía ir pasándola; tal vez no había podido comprarse unos nuevos. La joven levantó la vista y se encontró aquellos ojos cafés fijos en su rostro.
------¿Sabes?, tienes un aspecto hermoso en este momento ------dijo él.
Mariana abrió la boca con consternación, pero él volvía a hablar.
------E imagino que tienes algo que decirme.
Mariana lo miró fijamente, y él sonrió, con una sonrisa forzada y triste. Luego volvió a tenderle los brazos.
------Yuchun------dijo ella, abranzándolo con fuerza; después se aparto para mirarlo a la cara------. Yuchun, eres el chavo más lindo que he conocido nunca. No te merezco.
------Ah, entonces por eso me cortas ------dijo él, mientras continuaban caminando------. Porque soy demasiado bueno para ti. Debería haberme dado cuenta antes.
Ella le dio un puñetazo en el brazo.
------No, no es por eso, y tampoco te estoy cortando. Seremos amigos, ¿de acuerdo?
------Desde luego. Por supuesto.
------Porque eso es lo que he comprendido que somos.------ Se detuvo, volviendo a levantar la mirada hacia él------. Buenos amigos. Sé honesto ahora, Yuchun, ¿no es eso lo que realmente siente por mí?
Él la miró y luego alzó los ojos al cielo.
------¿Puedo acogerme a la Quinta Enmienda respecto a eso? ------dijo y al ver que Mariana le ponía mala cara, añadió------: no tiene nada que ver con ese chavo nuevo, ¿verdad?
------No ------respondió ella tras una vacilación, y luego añadió con rapidez------, ni siquiera lo conozco aún. No sé quien es.
------Pero quieres conocerlo. No, no lo digas. ------La rodeó con un brazo y la hizo girar con suavidad------. Vente, vámonos a la escuela. Si tenemos tiempo, incluso te compraré una dona.
Mientras caminaba, algo se agitó violentamente en la copa del nogal que esta sobre sus cabezas. Yuchun lanzó un silbido y señaló con el debo.
------¡Mira eso! Es el cuervo más grande que he visto nunca.
Mariana miró, pero ya había desaparecido.
Aquel día, la escuela fue sólo el lugar adecuado para que Mariana repasara su plan.
Por la mañana había despertado sabiendo qué hacer. Y durante el día reunió toda la información que pudo acerca de Kim Junsu. Lo que no resultó difícil, porque todo el mundo en Green Land School hablaba de él.
Todo el mundo sabía quien había tenido alguna especie de roce con la funcionaria de admisiones el día anterior. Y hoy lo habían llevado a la oficina del director. Algo relacionado con sus papeles. Pero el director lo había enviado de regreso al aula (tras, se rumoreaba, una llamada de larga distancia a Corea... ¿o era China?), y todo parecía arreglado ya. Oficialmente al menos.
Cuando Mariana llegó a su clase de Historia Europea aquella tarde, la saludó un suave chiflido en el pasillo. Richard Martínez y Patrick Mendieta andaban echando relajo por allí. Un par de imbéciles de lo peor, se dijo, haciendo caso omiso del chiflido y las miradas fijas. Pensaban que ser pateador y defensa en el equipo de fútbol americano de la escuela los convertía en unos tipos sensacionales. Mantuvo un ojo puesto en ellos mientras también ella pasaba el rato en el pasillo, aplicándose una nueva capa de pintalabios y jugueteaba con la polvera, había dado a Paola instrucciones especiales, y el plan estaba listo para ponerlo en práctica en cuanto a Junsu apareciera. El espejo de la polvera le proporcionaba una visión espuenda del pasillo a su espalda.
De cualquier modo, no lo vio llegar. Apreció a su lado repentinamente, y ella cerró la polvera de golpe mientras él pasaba. Su intención era detenerlo, pero algo sucedió antes de que pudiera hacerlo. Junsu se puso tenso... o, al menos, algo le ocurrió que lo hizo adoptar una actitud cautelosa de improviso. En ese instante Richard y Patrick se colocaron frente a la puerta del aula de historia, impidiéndole el paso.
Imbéciles de talla mundial, se dijo Mariana. Echado chispas, los miró iracunda por encima del hombro de Junsu.
Disfrutaban con el jueguito, apoyados contra la puerta mientras fingían estar totalmente ciegos a la presencia de Junsu allí de pie.
------Con permiso.
Era el mismo tono de voz que había usando con el profesor de historia. Sosegada, distante.
Richard y Patrick se miraron uno a otro, luego a su al rededor, como si escucharan voces fantasmales.
------¿Escuuzi? ------dijo Patrick con voz de falsete------. ¿Escuuzi a mí? ¿A mí escuuzi? ¿Jacuzzi?
Los dos rieron.
Mariana vio cómo los músculos se tensaban bajo la playera que tenía delante. Aquello era totalmente injusto; los dos molestaban al joven, y la espalda de Richard era casi del doble de ancha.
------¿Sucede algo?
Mariana se sobresaltó tanto como los dos muchachos ante la nueva voz que se escuchó a su espalda. Dio media vuelta y se encontró con Yuchun. Sus ojos cafés tenían una mirada dura.
Mariana mordió los labios para contener una sonrisa mientras Patrick y Richard se apartaban despacio, con resentimiento. El bueno de Yuchun, se dijo. Pero ahora el bueno de Yuchun entraba en en aula acompañando a Junsu, y ella se tenía que resignar a seguirlos, observando la parte posterior de dos playeras. Cuando se sentaron, se deslizó en el pupitre situado detrás de Junsu, desde donde podía observarlo sin que la viera. Su plan tendría que esperar hasta que finalizara la clase.
------Eh, oye ------empezó por fin, incómodo------. Esos chavos, ya sabes...
Junsu rió. Fue un sonido amargo.
------¿Quién soy yo para juzgar?
Había más emoción en su voz de la que Mariana había oído antes, incluso cuando le había hablado al señor Tanner. Y aquella emoción era infelicidad total.
------De todos modos, ¿por qué tendría que ser bienvenido aquí? ------finalizó, casi para sí mismo.
------¿Por qué no deberías serlo? ------Yuchun había estado mirando fijamente a Junsu, y en ese momento su mandíbula se irguió con determinación------. Oye ------dijo------, ayer hablaste sobre el fútbol. Bien, a nuestro mejor receptor abierto se le rompió un ligamento, y necesitamos un sustituto. Entrenaremos esta tarde. ¿Qué te parece? ------¿Yo? ------Junsu parecía sorprendido------. Ah... No sé si podría.
------¿Sabes correr?
------¿Correr...?
Junsu se medio giró hacia Yuchun, y Mariana vio cómo un leve atisbo de sonrisa curvaba sus labios.
------Sí.
------Eso es todo lo que un receptor abierto tiene que hacer. Yo soy el portero. Si puedes atrapar lo que yo tire y correr con ello, puedes jugar.
------Entiendo.
Lo cierto era que Junsu casi sonreía, y aunque la boca de Yuchun tenía una expresión seria, sus ojos cafés estaban risueños. Sorprendida de sí misma, Mariana advirtió que estaba celosa. Había una cordialidad entre los dos muchachos que la excluía completamente.
Pero al siguiente instante, la sonrisa de Junsu desapareció.
------Gracias..., pero no. Tengo otros compromisos.
En ese momento, Paola y Sheilalin llegaron y empezó la clase.
Durante toda la lección de Tanner sobre Europa, Mariana no dejó de repetirse: «Hola, me llamo Mariana Ferreti. Estoy en el comité de bienvenida del último curso y me designaron para que te muestre la escuela. Seguramente no querrás ponerme en apuros, ¿verdad?, impidiendo que haga mi trabajo». Eso último, con ojos muy abiertos y melancólicos..., pero sólo si daba la impresión de que él intentara zafarse. Era un plan infalible. Seguro no podría resistírsele a una dama en apuros.
Cuando estaban a la mitad de la clase, la chava sentada a su derecha le pasó una nota. Mariana la abrió reconoció la letra redonda en infantil de Paola. Decía: Mantuve a S. alejada todo el tiempo que pude. «¿Qué sucedió? ¿Funciono?».
Mariana levantó la vista y vio a Paola volteada hacia atrás en su asiento en primera fila. Mariana señaló la nota y negó con la cabeza, articulando con los labios: «Después de clases».
Pareció que transcurría un siglo antes de que Tanner diera las últimas instrucciones sobre exposiciones orales y los dejara ir. Entonces todos el mundo se levantó de golpe. «Ahí vamos», pensó Mariana, y con el corazón latiéndole con fuerza, se colocó directamente en el camino de Junsu, impidiéndole el paso por el pasillo, de modo que no pudiera esquivarla.
Igualito que Richard y Patrick, se dijo, sintiendo un irresistible impulso de reírse como tonta. Levantó la mirada y se encontró con sus ojos a la altura de la boca del muchacho.
Su mente se quedó en blanco. ¿Qué era lo que se suponía que tenía que decir? Abrió la boca y de algún modo las palabras que había estado ensayando brotaron atropelladamente.
------Hola, soy Mariana Ferreti, y estoy en el comité de bienvenida del último curso y me designaron para...
------Lo siento; no tengo tiempo.
Por un momento no pudo creer que él estuviera hablando, que no fuera a darle siquiera la oportunidad de terminar. Su boca siguió pronunciando el discurso.
------.... que te muestre la escuela...
------Lo siento. No puedo. Tengo que... tengo que ir al entrenamiento de fútbol americano.------ Junsu volteó la cabeza hacia Yuchun, que se mantenía al margen con expresión atónita ------. Dijiste que seria después de clases, ¿verdad?
------Sí ------dijo éste lentamente------, pero...
------Entonces será mejor que me ponga en marcha. Tal vez podrías mostrarme el camino.
Yuchun miró a Mariana con expresión de impotencia y luego se encogió de hombros.
------Bueno..., claro. Vamos.
Echó un vistazo hacia atrás mientras se iban. Junsu, no.
Mariana se encontró paseando la mirada por un circulo de observadores, incluida Sheilalin, que le dedicaba una clara sonrisita de suficiencia. La muchacha sintió un aturdimiento en doto el cuerpo y una sensación de ahogo en la garganta. No podía soportar seguir allí ni un segundo más. Dio la vuelta y abandonó el pasillo tan aprisa como pudo.
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AUTORA: A.R MENDEZ
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