viernes, 31 de enero de 2014

CONFUCION Y CONFLICTO CAP 2

Cap. 2




Tan pronto puso un pie en el estacionamiento de la escuela, Mariana se vio rodeada. Todo el mundo estaba allí, la pandilla que no había visto desde finales de junio, mas cuatro o cinco advenedizas que esperaban obtener popularidad por asociación. Uno a uno, acepto los abrazos de bienvenida de su propio grupo.
Sheilalin Ascona había crecido al menos unos tres centímetros y resultaba más sensual y más parecida a una modelo de televisión que nunca. Recibió a Mariana con frialdad y retrocedió con los ojos verdes entrecerrados como los de un gato.
Paola no había crecido en absoluto, y su rizada cabeza café apenas le llegaba a Mariana a media cara cuando le arrojo los brazos al cuello. «Un momento... ¿rizos?», pensó Mariana. Apartó a la delgada muchacha.
-----¡Paola! ¿Que le hiciste a tu cabello?
-----¿Te gusta? Creo que me hace parecer más alta.
Paola se esponjo el ya de por sí esponjado flequillo y sonrió, los ojos castaños centelleando emocionados y el menudo rostro ovalado encendido.
Mariana continuo.
-----Kimy. No has cambiado nada.
Aquel abrazo fue igualmente afectuoso por amabas partes. Había echado de menos a Kimberly más que a nadie, se dijo Mariana, mirando a la alta muchacha. Kimberly jamás llevaba maquillaje; pero por otra parte, con su perfecta tez aceitunada y sus espesas pestañas negras, no lo necesitaba. En aquel momento tenía una elegante ceja alzada mientras examinaba a Mariana.
-----Bueno, tus cabellos son dos tonos más claros debido al sol... Pero ¿dónde está tu bronceado? Creía que te estabas dando la gran vida en la Costa Azul.
-----Ya sabes que nunca me bronceo.
Mariana le enseñó sus manos para que las inspeccionara. La piel estaba impecable, como la porcelana, pero casi tan blanca y traslúcida como la de Sheilalin.
-----Espera un momento; esto me recuerda algo -----terció Paola, agarrando una de las manos de Mariana-----. ¡Adivinen que aprendí de mi prima en este verano! -----Antes de que nadie pudiera hablar, ella mismo comunicó triunfal-----. Mi prima me dijo que soy médium. Ahora, veamos...
Escrutó la palma de Mariana.
-----Date prisa o vamos a llegar tarde -----dijo Mariana, un tanto impaciente.
-----De acuerdo, de acuerdo. Bien, ésta es tu línea de la vida... ¿o es la línea del corazón? -----En el grupo, alguien lanzó una risita-----. Silencio; estoy penetrando en el vacío. Veo... Veo...
De improviso, el rostro de Paola pareció desconcertado, como si se hubiera sobresaltado. Los ojos castaños se abrieron de para en par, pero ya no parecía contemplar la mano de Mariana. Era como si mirara a través de ella... algo aterrador.
-----Conocerás a un desconocido alto y moreno -----murmuró Kimberly detrás de ella, y se escuchó un aluvión de risitas.
-----Alto sí, y desconocido..., pero no moreno, es pálido----- La voz de Paola sonaba lejana y baja.
-----Aunque -----prosiguió tras un instante, con aspecto perplejo-----. Fue bajo en alguna ocasión.----- Los enormes ojos castaños se alzaron hacia Mariana, desconcertados-----. Pero eso es imposible..., ¿verdad? -----Soltó la mano de su amiga, casi arrojándola lejos-----. No quiero ver más.
-----Muy bien, se acabó el espectáculo. Vamos -----les dijo Mariana a las demás, vagamente irritada.
Siempre le había parecido que los trucos de las médiums no eran más que eso, trucos. Entonces, ¿por qué se sentía molesta? ¿Sólo por qué aquella mañana casi le había dado un ataque...? Las jóvenes empezaron a caminar hacia el edificio de la escuela, pero el rugido de un motor puesto en marcha con precisión las detuvo en seco.
-----Ah, caray -----dijo Sheilalin, mirando fijamente-----. Vaya carrito, ¿eh?
-----Tremendo Porsche -----la corrigió Kimberly con sequedad. El elegante turbo 911 negro ronroneó por el estacionamiento, buscando un lugar mientras se movía perezosamente como una pantera acechando a su presa.
Cuando el automóvil se detuvo, la puerta se abrió, y tuvieron una breve visión del conductor.
-----¡Oh, dios mío! -----Murmuró Sheilalin.
-----Ya puedes repetirlo -----musitó Paola.
Desde donde se encontraba, Mariana vio que tenía un cuerpo delgado, de atractiva musculatura. Llevaba unos pantalones de vestir negros, una camisa ajustada, igual negra y una gabardina oscura que llegaba hasta sus tobillos. El cabello era lacio... y negro.
No era moreno, sin embargo. Tenía la piel aún más blanca que la de ella.
Mariana soltó el aliento que había contenido.
-----¿Quién es ese hombre enmascarado? -----Preguntó Kimberly.
El comentario era acertado: unos oscuros lentes de sol cubrían completamente los ojos del joven, ocultando el rostro como una máscara.
-----Ese desconocido enmascarado -----dijo alguien más, y se elevó un murmulló de voces.
-----¿Vieron esa gabardina? Es coreana, seguro.
-----¿Cómo puedes saberlo? ¡Nunca has ido más allá de Nueva York!
-----¡Uh, ah! Mariana vuelve a tener esa mirada. Esa expresión cazadora.
-----Alto-blanco-y-apuesto, será mejor que tengas cuidado.
-----¡No es alto; es perfecto!
En medio de parloteo, la voz de Sheilalin se dejó escuchar de repente.
-----No la amueles, Mariana. Tú ya tienes a Yuchun. ¿Qué más quieres? ¿Qué puedes hacer con dos que no puedas hacer con uno?
-----Lo mismo..., sólo que durante más tiempo -----dijo Kimberly arrastrando las palabras, y el grupo prorrumpió en carcajadas.
El muchacho había cerrado el coche y caminaba hacia la escuela. Con indiferencia, Mariana empezó a seguirlo, con las otras chicas detrás de ella, en un grupo compacto. Por un instante, la irritación burbujeó en su interior. ¿Es que no podía ir a ninguna parte sin toda una procesión pisándole los talones? Pero Kimberly atrajo su mirada, y la muchacha sonrió, a pesar suyo.
-----Noblesse oblige -----dijo Kimberly en voz baja.
-----¿Que?
-----Si vas hacer la reina de la preparatoria, tienes que aguantar las consecuencias.
Mariana hizo una mueca mientras entraban al edificio. Un largo pasillo se extendía ante ellas, y una figura con pantalón de vestir y gabardina de piel oscura se desaparecía en aquel momento por la entrada de la oficina administrativa situada más allá.
Mariana aminoró el paso al acercarse al cubículo, deteniéndose por fin para contemplar pensativa los mensajes del tablero de anuncios de corcho situado junto a la puerta. En aquel punto había una gran ventana desde la que resultaba visible toda la habitación.
Las otras chicas miraban descaradamente por la ventana y se reían tontamente.
-----Hermosa vista posterior.
-----¿Creen que viene fuera del país?
Mariana aguzaba el oído para captar el nombre del muchacho. Parecía existir alguna especie de problema: La señora Judith, la secretaría de admisiones, miraba una lista y negaba con la cabeza. Él muchacho dijo algo, la señora Judith levantó las manos en un gesto que daba entender: «¿Qué puedo hacer?». Deslizo un dedo por la lista y volvió a negar con la cabeza, de manera concluyente. Él muchacho pareció dispuesto a marcharse pero luego se dio media vuelta. Y cuando la señora Judith alzó los ojos hacia él, su expresión cambio.
El desconocido tenía ahora los lentes de sol en la mano. La señora Judith parecía sobresaltada por algo; Mariana vio cómo pestañeaba varias veces. Los labios de la mujer se abrieron y cerraron como si intentara hablar.
Mariana deseó poder ver algo más que la nuca del mucilago. La señora Judith buscaba algo entre hileras de papeles en aquellos momentos, con expresión aturdida. Por fin encontró una especie de formulario y escribió en él, luego lo volteó y lo empujó hacia el muchacho.
Éste escribió brevemente en el impreso -----firmandolo, probablemente----- y lo devolvió. La señora Judith lo miró fijamente durante un segundo, luego rebuscó en un montón de papeles, para finalmente entregarle lo que parecía un horario de clases. Sus ojos no se apartaron ni un momento del joven mientras éste lo tomaba, inclinaba su cabeza en señal de agradecimiento y se dirigía hacia la puerta.
Mariana estaba loco de curiosidad a aquellas alturas. ¿Que acababa de suceder allí? ¿Y que aspecto tenía el rostro de aquel desconocido? Pero mientras salía de la oficina, él se colocaba ya otra vez los lentes de sol. La embargó la desilusión.
Con todo, pudo ver el rostro de la cara cuando él se detuvo en al entrada. El cabello oscuro y lacio enmarcaba facciones tan delicadas que podían haber sido sacadas de una antigua moneda o un medallón romanos. Pómulos prominentes, una clásica nariz recta y respingada... y una boca capaz de mantenerte despierto por toda la noche, de dijo Mariana. El labio superior estaba maravillosamente esculpido, con cierta sensibilidad y una gran cantidad de sensualidad. El chismorreo de las chicas en el pasillo había cesado. Como si alguien haya apretado un interruptor.
La mayoría desviaba la mirada del muchacho ahora, mirando hacia cualquier sitio excepto a él. Mariana mantuvo su puesto junto a la ventana y sacudió la cabeza ligeramente, quitándose el listón del pelo, de modo que éste cayó suelto alrededor de sus hombros.
Sin mirar ni aun lado ni a otro, el muchacho avanzó por el pasillo. Un coro de suspiros y susurros estalló en cuanto él ya no pudo escucharlos.
Mariana no oyó nada de todo ello.
Había pasado a su lado sin prestarle atención, se dijo, aturdida. A su lado, sin dirigirle ni una mirada.
Vagamente, advirtió que sonaba la campana y Kimberly la jalaba del brazo.
------¿Qué?
------Dije que aquí tienes tu horario. Tenemos matemáticas en el segundo piso, ahora mismo. ¡Vamos!
Mariana permitió que Kimberly la empujara pasillo adelante, la hiciera subir un tramo de escalera y al introdujera en un aula. Se instaló automáticamente en un asiento vació y clavó los ojos en la profesora, que estaba delante, sin verla en realidad. La impresión a un no se había desvanecido.
Había pasado por su lado sin prestarle atención. Sin una mirada, sin una sonrisa. No recordaba cuánto un muchacho había echo eso. Todos la miraban, como mínimo. Algunos le chiflaban. Algunos se detenían para hablarle. Otros se limitaban a mirarla fijamente.
Y aquello siempre había complicado a Mariana.
Al fin y al cabo, ¿había algo más importante que los chicos? Ellos eran el indicador de lo popular que eras. Y podían ser útiles para toda clase de cosas. En ocasiones resultaban excitantes, pero por lo general eso no duraba demasiado. Aveces eran desagradables desde el principio.
La mayoría de los chicos, reflexionó Mariana, eran como cachorros. Adorables en su ambiente, pero prescindibles. Unos pocos podían ser más que eso, podían convertirse en auténticos amigos. Como Yuchun.
Ah, Yuchun. El año anterior había esperado que fuera la persona que buscaba, el chico que podía hacerla sentir..., bueno, algo más. Más que el arrebato triunfal de hacer una conquista, el orgullo de exhibir la nueva adquisición ante otras chicas. Y realmente había llegado a sentir una afecto autentico por Yuchun. Pero en el transcurso de verano, cuando tuvo tiempo de pensar, comprendió que era el afecto que sentiría por una prima o una hermana.
La señorita Mendoza estaba distribuyendo los libros de texto. Mariana tomó el suyo mecánicamente y escribió su nombre en el interior, sumida aún en sus reflexiones.
Le gustaba Yuchun más que cualquier otro chico que había conocido. Y por eso iba a decirle que todo había terminado.
No había sabido como decírselo por carta. Tampoco sabia como decírselo ahora. No era que temiera que él fuera armarle un escándalo; sencillamente, no lo comprendería. Ella tampoco lo comprendía en realidad.
Era como si siempre intentara alcanzar... algo. Sólo que cuando pensaba que lo había conseguido, no estaba allí. No con Yuchun, no con ninguno de los chicos con lo que había salido. Y entonces tenía que volver a empezar, desde el principio. Por suerte, siempre había material nuevo. Ningún chavo se la había resistido, y ningún chico la había desairado jamás. Hasta aquel momento.
Hasta aquel momento. Recordó aquel instante en el vestíbulo, Mariana descubrió que tenia los dedos crispados sobre la pluma que sostenía. Seguía sin poder creer que él la hubiera ignorado de aquel modo.
Sonó la campana y todo el mundo salio en tropel del aula, pero Mariana se detuvo en la entrada. Se mordió el labio, escrutando el rio de las estudiantes que cruzaban el pasillo. Entonces distingo a una de las chicas que habían estando pululando a su alrededor en el estacionamiento.
------¡Lidia! Ven aquí.
La aludida se acercó entusiasmada, con el poco agraciado rostro iluminándose.
------Escucha, Lidia, ¿recuerdas a ese chico de esta mañana?
------¿El del Porsche y los... ejem... atractivos personales? ¿Cómo podría olvidarlo?
------Bueno, quiero su horario de clases. Consíguelo en la oficina administrativa si puedes, o cópialo de él si es necesario. ¡Pero hazlo!
Lidia se mostró sorprendida durante un instante, luego sonrió de oreja a oreja y asintió.
------De acuerdo, Mariana, lo intentaré. Me reuniré contigo a la hora de la comida si puedo conseguirlo.
------Gracias.
Mariana contempló a la muchacha mientras ésta se alejaba.
------¿Sabes?, estas realmente loca ------dijo Kimberly en su oído.
------¿De qué sirve ser la reina de la escuela si no puedes abusar un poco de tu autoridad a veces? ------replicó ella con tranquilidad------. ¿Adónde voy ahora?
------Tecnologías. Toma, quédatelo ------Kimberly le tendió bruscamente un horario------. Tengo que ir corriendo a química. ¡Nos vemos luego!
La clase de tecnológicas y el resto de la mañana pasaron de un modo vago. Mariana había esperado vislumbrar otra vez al nuevo alumno, pero no estaba en ninguna de sus clases. Yuchun sí estaba en una, y sintió una punzada cuando los ojos cafés oscuros de él se encontraron con los suyos, con una sonrisa.
Al sonar la campana que anunciaba la hora de la comida, saludó con la cabeza a derecha e izquierda mientras iba hacia la cafetería. Sheilalin estaba afuera, apoyada con el aire indiferente contra una pared, con la barbilla levantada, los hombros echados hacia atrás y las caderas hacia adelante. Los dos muchachos con los que hablaba se callaron y dieron codazos al acercase Mariana.
------Hola ------saludó lacónica Mariana a los chicos, y luego le dijo a Sheilalin------: ¿Lista para entrar a comer?
Los ojos verdes de la muchacha apenas oscilaron en dirección a Mariana, y apartó unos brillantes cabellos castaños rojizos del rostro.
------¿En la mesa real? ------Preguntó.
Mariana se sintió desconcertada. Sheilalin y ella habían sido amigas desde el kinder, y siempre habían competido entre sí con buen humor. Pero últimamente algo había sucedido a Sheilalin, que había empezado a tomarse la rivalidad cada vez más en serio. Y en aquel momento, a Mariana le sorprendió la amargura en la voz de la otra muchacha.
-------Bueno, no se puede decir precisamente que tú pertenezcas a la “plebe” ------respondió en tono desenfadado.
------Ah, en eso tienes mucha razón ------respondió Sheilalin, girando para colocarse totalmente de cara a Mariana.
Sus ojos verdes estaban entrecerrados y velados, y a Mariana le impresionó la hostilidad que vio en ellos. Los dos muchachos sonrieron inquietos y se alejaron poco a poco.
Sheilalin no preció advertirlo.
------Muchas cosas han cambiado mientras estabas fuera este verano, Mariana ------prosiguió------. Y simplemente es posible que tu tiempo en el trono se esté acabando.
Mariana había enrojecido; lo notaba. Se esforzó por mantener la voz tranquila.
------Es posible ------respondió------. Pero yo no me compraría aún un centro si fuera tú, Sheilalin. ------Dio media vuelta y entro al comedor.
Fue un alivio ver a Kimberly y a Paola, y a Lidia junto a ellas. Sintió como sus mejillas se enfriaban mientras elegía su comida e iba a reunirse con ellas. No dejaría que Sheilalin la trastornara: no pensaría en absoluto en ella.
------Lo tengo ------anunció Lidia, agitando un trozo de papel cuando Mariana se sentó.
------Y yo tengo cosas interesantes que contar ------presumió Paola------. Mariana, escucha esto. Está en mi clase de biología, y mi pupitre está cerca del suyo. Su nombre es Junsu, Kim Junsu, viene de Corea del Sur y se hospeda en la casa de la anciana señora Gutiérrez, en las afueras de la cuidad.------ Suspiró------. Es tan romántico... A Sheilalin se le cayeron los libros, y él se los recogió.
------Qué torpe es Sheilalin ------comentó Mariana, haciendo un gesto------. ¿Qué más sucedió?
------Bueno, eso es todo. En realidad no habló con ella. Es muuuy misterioso, ¿sabes? La señora Ángela, mi profesora de biología, intentó conseguir que se quitara los lentes, pero no quiso hacerlo. Padece de una infección.
------¿Qué clase de infección?
------No lo sé. A lo mejor es terminal y sus días están contados. ¿No sería romántico?
------Oh, sí, mucho ------dijo Kimberly.
Mariana revisaba la hoja de papel de Lidia, mordiéndose el labio.
------Está en mi séptima hora, Historia Europea. ¿Alguien más tiene esa clase?
------Yo ------respondió Paola------. Y creó que Sheilalin también. Ah, y a lo mejor Yuchun; dijo algo ayer sobre lo mala que era su suerte al tener como maestro al señor Tanner. ¿Se dan cuenta?
------¿De qué?
------De que Yuchun y Junsu son del mismo País ------prosiguió------. De Corea del Sur... Seguro se harán muy buenos amigos.
------Cierto ------dijo Lidia.
Maravilloso, se dijo Mariana, tomando el tenedor y acuchillando su puré de papas. Parecía que la séptima hora de clases iba ser sumamente interesante.
Junsu se alegró de que el día escolar finalizara ya. Deseaba abandonar aquellos recintos y pasillos atesados, aunque solo fuera durante unos minutos.
Tantas mentes. La presión de tantas pautas de pensamiento, de tantas voces mentales rodeándolo, lo mareaba. Hacía años que no había estado en medio de una multitud de gente como aquella.
Una mente en particular destacaba de la demás. Ella había estado entre los que lo observaban en el pasillo principal del edificio de la preparatoria. No sabía que aspecto tenía la muchacha, pero su personalidad era impresionante. Estaba seguro de que podía reconocerla.
Hasta el momento, al menos, había sobrevivido al primer día de la farsa. Había usado los poderes sólo dos veces, y además con moderación. Pero estaba cansado, y, admitió con pensar, hambriento. El conejo no había sido suficiente.
Ya se preocuparía por eso más tarde. Localizó su última aula y se sentó. E inmediatamente sintió la presencia de aquella mente otra vez.
En el límite de su conciencia, una luz dorada, suave y la vez vital, resplandecía. Y, por primera vez, consiguió localizar a la chica de la que procedía. Estaba sentada frente a él. En el mismo instante en lo que pensaba, ella volteó la cabeza y él miró su rostro. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no lanzar una exclamación de sorpresa.
¡Naony! Pero, por supuesto, no podía ser. Naony estaba muerta, nadie lo sabía mejor que él.
Con todo, el parecido era asombroso. Aquel cabello de un castaño dorado pálido, tan brillante que parecía alumbrar tenuemente. Aquella piel cremosa, que siempre lo había echo pensar en cisnes o en alabastro, sonrojándose con un leve tono rosa sobre lo pómulos. Y los ojos... Los ajos de Naony habían sido de un color que no había visto nunca antes; más oscuros que el azul celeste, tan intensos como el lapislázuli de su enjoyada diadema. Esa chica tenía los mismos ojos.
Y estaban puestos directamente en él mientras le sonreía.
Rápidamente, bajó los ojos, apartándolos de la sonrisa. Lo que menos pensaba era pensar en Naony. No quería mirar aquella chica que se la recordaba, y no quería seguir sintiendo su presencia. Mantuvo los ojos puestos en el pupitre, bloqueando su mente con toda la energía de que fue capaz. Y por fin, lentamente, ella volteó la cabeza otra vez.
Se sentía herida. Incluso a través de los bloqueos, lo percibió No le importó. De hecho, le satisfacía, y esperó que eso la mantuviera lejos de él. Aparte de eso, no sentía ninguna otra cosa por ella.
No dejó de decirse eso mientras permanecía allí sentado, con las voz monótona del profesor desparramándose sobre él sin que la escuchara. Pero podía oler el sutil rastro de algún perfume..., violetas, se dijo. Y el delgado cuello de la chica estaba inclinado sobre su libro, con el cabello cayéndole a ambos lados.
Lleno de ira y contrariedad, reconoció que la seductora sensación de sus dientes..., era mas un hormigueo o un cosquilleo que un dolo persistente. Era hambre, un hambre especifica y no un hambre que pensara satisfacer.
El profesor pasaba por el aula como un hurón, haciendo preguntas, y Junsu fijó deliberadamente su atención en el hombre. En un principio se sintió perplejo, pues a pesar de que ninguno de los alumnos sabía las respuestas, las preguntas seguían llegando. Entonces comprendió que ese era el propósito del profesor. Avergonzar a los alumnos con lo que no sabían.
En aquel mismo instante había encontrado a otra víctima, una muchacha delgada con abundantes rizos rojos y cara en forma de corazón. Junsu contemplo con disgusto cómo el profesor la importunaba con sus preguntas. La muchacha parecía muy desgraciada cuando él se apartó de ella para dirigirse a toda la clase.
------¡Ven a lo qué me refiero? Ustedes piensas que son la gran cosa; estudiantes de último curso ya, listo para graduarse. Bien, permitanme que les diga esto: algunos do estas preparados ni para graduarse del kinder. ¡Cómo está! ------Señaló en dirección a la chica pelirroja------. No tiene idea sobre la revolución francesa. Cree que María Antonieta era una estrella del cine mudo.
Los alumnos que rodeaban a Junsu empezaron a moverse incómodos. Pudo percibir el rencor en sus mentes, y la humillación. Y el miedo. Todos le temían aquel hombrecito delgado con ojos parecidos a los de un tlacuache, incluso los chavos mas grandotes que eran más altos que él.
------A ver, probemos con otra época. ------El profesor se volteó de nuevo hacia la misma chica a la que había estando interrogando------. Durante el renacimiento... ------Se interrumpió así mismo------. Sabes al menos qué es el renacimiento, ¿verdad? El periodo entre los siglos XIII y XVII, durante en el que Europa redescubrió las grandes ideas de la antigua Grecia y Roma. El periodo que alumbró a tantos de los artistas y pensadores mas importantes de Europa. ------Cuando la chica asintió atropelladamente, él prosiguió------. Durante el renacimiento, ¿qué hacían los alumnos de la edad de ustedes en la escuela? ¿Alguna idea? ¿Se te ocurre algo? La muchacha tragó con fuerza y, con una débil sonrisa, dijo:
------¿Jugar fútbol?
Ante las carcajadas que siguieron, el rostro del profesor se ensombreció.
------¡Más bien no! ------vociferó, y la clase enmudeció------. ¿Crees que esto es un chiste? Pues fíjense, en estos días, los estudiantes de su edad dominaban ya varios idiomas. También habían llegado hacer expertos en lógica, matemáticas, astronomía, filosofía y gramática. Estaban listos para pasar a una universidad en la que cada curso se ensañaba latín. El fútbol sería rotundamente la última cosa en la que...
------Disculpe.
La sosegada voz detuvo al profesor en la mitad del sermón.
Todo el mundo se volteó para mirar a Junsu.
------¿Qué? ¿Qué dijiste?
------Le dije: disculpe.------ repitió Junsu, quitándose los lentes y poniéndose de pie------. Pero está equivocado. A los estudiantes del Renacimiento se les animaba a practicar en juegos. Se les enseñaba que un cuerpo sano conlleva una mente sana. Y, desde luego, tenían deportes de equipo, como el críquet, el tenis... e incluso el fútbol. ------Se volteó a mirar a la chica pelirroja y sonrío, y ella le devolvió la sonrisa con gratitud; dirigiéndose al profesor, añadió------: Pero las cosas más importantes que aprendían eran buenos modales y urbanidad. Estoy seguro que su libro se lo dirá.
Algunos alumnos sonreían abiertamente. El rostro del profesor estaba rojo de rabia, y el hombre tartamudeaba. Pero Junsu siguió sosteniendo la mirada, y al cabo de un minuto fue el otro quién desvió los ojos.
Sonó la campana.
Junsu se puso rápidamente los lentes y recogió sus libros. Ya había atraído más la atención sobre sí de la que debería, y no quería mirar a la chica castaña otra vez. Además, necesitaba salir de allí rápidamente; notaba una familiar sensación abrasadora en sus venas.
Cuando llegaba a la puerta, alguien gritó:
------¡Eh! ¿Realmente jugaban fútbol en aquellos tiempo?
No pudo evitar lanzar una sonrisa burlona por encima del hombro.
------Claro que sí. Aveces con las cabezas cortadas de los prisioneros de guerra.
Mariana lo observo mientras se alejaba. La había rechazado deliberadamente. La había desairado a propósito, y delante de Sheilalin, que no le había quitado los ojos de encima. Las lágrimas ardían en sus ojos, pero aquel momento sólo una idea bullía en su cabeza.
Lo tendría, incluso aunque le costara la vida. Aunque les costará la vida a los dos, lo tendría.


Autora: Ana R. Mendez


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