Cap. 2
Tan pronto puso un pie en el
estacionamiento de la escuela, Mariana se vio rodeada. Todo el mundo
estaba allí, la pandilla que no había visto desde finales de junio, mas
cuatro o cinco advenedizas que esperaban obtener popularidad por
asociación. Uno a uno, acepto los abrazos de bienvenida de su propio
grupo.
Sheilalin Ascona había crecido al menos unos tres
centímetros y resultaba más sensual y más parecida a una modelo de
televisión que nunca. Recibió a Mariana con frialdad y retrocedió con
los ojos verdes entrecerrados como los de un gato.
Paola no había
crecido en absoluto, y su rizada cabeza café apenas le llegaba a Mariana
a media cara cuando le arrojo los brazos al cuello. «Un momento...
¿rizos?», pensó Mariana. Apartó a la delgada muchacha.
-----¡Paola! ¿Que le hiciste a tu cabello?
-----¿Te gusta? Creo que me hace parecer más alta.
Paola
se esponjo el ya de por sí esponjado flequillo y sonrió, los ojos
castaños centelleando emocionados y el menudo rostro ovalado encendido.
Mariana continuo.
-----Kimy. No has cambiado nada.
Aquel
abrazo fue igualmente afectuoso por amabas partes. Había echado de
menos a Kimberly más que a nadie, se dijo Mariana, mirando a la alta
muchacha. Kimberly jamás llevaba maquillaje; pero por otra parte, con su
perfecta tez aceitunada y sus espesas pestañas negras, no lo
necesitaba. En aquel momento tenía una elegante ceja alzada mientras
examinaba a Mariana.
-----Bueno, tus cabellos son dos tonos más
claros debido al sol... Pero ¿dónde está tu bronceado? Creía que te
estabas dando la gran vida en la Costa Azul.
-----Ya sabes que nunca me bronceo.
Mariana
le enseñó sus manos para que las inspeccionara. La piel estaba
impecable, como la porcelana, pero casi tan blanca y traslúcida como la
de Sheilalin.
-----Espera un momento; esto me recuerda algo
-----terció Paola, agarrando una de las manos de Mariana-----. ¡Adivinen
que aprendí de mi prima en este verano! -----Antes de que nadie pudiera
hablar, ella mismo comunicó triunfal-----. Mi prima me dijo que soy
médium. Ahora, veamos...
Escrutó la palma de Mariana.
-----Date prisa o vamos a llegar tarde -----dijo Mariana, un tanto impaciente.
-----De
acuerdo, de acuerdo. Bien, ésta es tu línea de la vida... ¿o es la
línea del corazón? -----En el grupo, alguien lanzó una risita-----.
Silencio; estoy penetrando en el vacío. Veo... Veo...
De
improviso, el rostro de Paola pareció desconcertado, como si se hubiera
sobresaltado. Los ojos castaños se abrieron de para en par, pero ya no
parecía contemplar la mano de Mariana. Era como si mirara a través de
ella... algo aterrador.
-----Conocerás a un desconocido alto y moreno -----murmuró Kimberly detrás de ella, y se escuchó un aluvión de risitas.
-----Alto sí, y desconocido..., pero no moreno, es pálido----- La voz de Paola sonaba lejana y baja.
-----Aunque
-----prosiguió tras un instante, con aspecto perplejo-----. Fue bajo en
alguna ocasión.----- Los enormes ojos castaños se alzaron hacia
Mariana, desconcertados-----. Pero eso es imposible..., ¿verdad?
-----Soltó la mano de su amiga, casi arrojándola lejos-----. No quiero
ver más.
-----Muy bien, se acabó el espectáculo. Vamos -----les dijo Mariana a las demás, vagamente irritada.
Siempre
le había parecido que los trucos de las médiums no eran más que eso,
trucos. Entonces, ¿por qué se sentía molesta? ¿Sólo por qué aquella
mañana casi le había dado un ataque...? Las jóvenes empezaron a caminar
hacia el edificio de la escuela, pero el rugido de un motor puesto en
marcha con precisión las detuvo en seco.
-----Ah, caray -----dijo Sheilalin, mirando fijamente-----. Vaya carrito, ¿eh?
-----Tremendo
Porsche -----la corrigió Kimberly con sequedad. El elegante turbo 911
negro ronroneó por el estacionamiento, buscando un lugar mientras se
movía perezosamente como una pantera acechando a su presa.
Cuando el automóvil se detuvo, la puerta se abrió, y tuvieron una breve visión del conductor.
-----¡Oh, dios mío! -----Murmuró Sheilalin.
-----Ya puedes repetirlo -----musitó Paola.
Desde
donde se encontraba, Mariana vio que tenía un cuerpo delgado, de
atractiva musculatura. Llevaba unos pantalones de vestir negros, una
camisa ajustada, igual negra y una gabardina oscura que llegaba hasta
sus tobillos. El cabello era lacio... y negro.
No era moreno, sin embargo. Tenía la piel aún más blanca que la de ella.
Mariana soltó el aliento que había contenido.
-----¿Quién es ese hombre enmascarado? -----Preguntó Kimberly.
El
comentario era acertado: unos oscuros lentes de sol cubrían
completamente los ojos del joven, ocultando el rostro como una máscara.
-----Ese desconocido enmascarado -----dijo alguien más, y se elevó un murmulló de voces.
-----¿Vieron esa gabardina? Es coreana, seguro.
-----¿Cómo puedes saberlo? ¡Nunca has ido más allá de Nueva York!
-----¡Uh, ah! Mariana vuelve a tener esa mirada. Esa expresión cazadora.
-----Alto-blanco-y-apuesto, será mejor que tengas cuidado.
-----¡No es alto; es perfecto!
En medio de parloteo, la voz de Sheilalin se dejó escuchar de repente.
-----No la amueles, Mariana. Tú ya tienes a Yuchun. ¿Qué más quieres? ¿Qué puedes hacer con dos que no puedas hacer con uno?
-----Lo mismo..., sólo que durante más tiempo -----dijo Kimberly arrastrando las palabras, y el grupo prorrumpió en carcajadas.
El
muchacho había cerrado el coche y caminaba hacia la escuela. Con
indiferencia, Mariana empezó a seguirlo, con las otras chicas detrás de
ella, en un grupo compacto. Por un instante, la irritación burbujeó en
su interior. ¿Es que no podía ir a ninguna parte sin toda una procesión
pisándole los talones? Pero Kimberly atrajo su mirada, y la muchacha
sonrió, a pesar suyo.
-----Noblesse oblige -----dijo Kimberly en voz baja.
-----¿Que?
-----Si vas hacer la reina de la preparatoria, tienes que aguantar las consecuencias.
Mariana
hizo una mueca mientras entraban al edificio. Un largo pasillo se
extendía ante ellas, y una figura con pantalón de vestir y gabardina de
piel oscura se desaparecía en aquel momento por la entrada de la oficina
administrativa situada más allá.
Mariana aminoró el paso al
acercarse al cubículo, deteniéndose por fin para contemplar pensativa
los mensajes del tablero de anuncios de corcho situado junto a la
puerta. En aquel punto había una gran ventana desde la que resultaba
visible toda la habitación.
Las otras chicas miraban descaradamente por la ventana y se reían tontamente.
-----Hermosa vista posterior.
-----¿Creen que viene fuera del país?
Mariana
aguzaba el oído para captar el nombre del muchacho. Parecía existir
alguna especie de problema: La señora Judith, la secretaría de
admisiones, miraba una lista y negaba con la cabeza. Él muchacho dijo
algo, la señora Judith levantó las manos en un gesto que daba entender:
«¿Qué puedo hacer?». Deslizo un dedo por la lista y volvió a negar con
la cabeza, de manera concluyente. Él muchacho pareció dispuesto a
marcharse pero luego se dio media vuelta. Y cuando la señora Judith alzó
los ojos hacia él, su expresión cambio.
El desconocido tenía
ahora los lentes de sol en la mano. La señora Judith parecía
sobresaltada por algo; Mariana vio cómo pestañeaba varias veces. Los
labios de la mujer se abrieron y cerraron como si intentara hablar.
Mariana
deseó poder ver algo más que la nuca del mucilago. La señora Judith
buscaba algo entre hileras de papeles en aquellos momentos, con
expresión aturdida. Por fin encontró una especie de formulario y
escribió en él, luego lo volteó y lo empujó hacia el muchacho.
Éste
escribió brevemente en el impreso -----firmandolo, probablemente----- y
lo devolvió. La señora Judith lo miró fijamente durante un segundo,
luego rebuscó en un montón de papeles, para finalmente entregarle lo que
parecía un horario de clases. Sus ojos no se apartaron ni un momento
del joven mientras éste lo tomaba, inclinaba su cabeza en señal de
agradecimiento y se dirigía hacia la puerta.
Mariana estaba loco
de curiosidad a aquellas alturas. ¿Que acababa de suceder allí? ¿Y que
aspecto tenía el rostro de aquel desconocido? Pero mientras salía de la
oficina, él se colocaba ya otra vez los lentes de sol. La embargó la
desilusión.
Con todo, pudo ver el rostro de la cara cuando él se
detuvo en al entrada. El cabello oscuro y lacio enmarcaba facciones tan
delicadas que podían haber sido sacadas de una antigua moneda o un
medallón romanos. Pómulos prominentes, una clásica nariz recta y
respingada... y una boca capaz de mantenerte despierto por toda la
noche, de dijo Mariana. El labio superior estaba maravillosamente
esculpido, con cierta sensibilidad y una gran cantidad de sensualidad.
El chismorreo de las chicas en el pasillo había cesado. Como si alguien
haya apretado un interruptor.
La mayoría desviaba la mirada del
muchacho ahora, mirando hacia cualquier sitio excepto a él. Mariana
mantuvo su puesto junto a la ventana y sacudió la cabeza ligeramente,
quitándose el listón del pelo, de modo que éste cayó suelto alrededor de
sus hombros.
Sin mirar ni aun lado ni a otro, el muchacho avanzó
por el pasillo. Un coro de suspiros y susurros estalló en cuanto él ya
no pudo escucharlos.
Mariana no oyó nada de todo ello.
Había pasado a su lado sin prestarle atención, se dijo, aturdida. A su lado, sin dirigirle ni una mirada.
Vagamente, advirtió que sonaba la campana y Kimberly la jalaba del brazo.
------¿Qué?
------Dije que aquí tienes tu horario. Tenemos matemáticas en el segundo piso, ahora mismo. ¡Vamos!
Mariana
permitió que Kimberly la empujara pasillo adelante, la hiciera subir un
tramo de escalera y al introdujera en un aula. Se instaló
automáticamente en un asiento vació y clavó los ojos en la profesora,
que estaba delante, sin verla en realidad. La impresión a un no se había
desvanecido.
Había pasado por su lado sin prestarle atención. Sin
una mirada, sin una sonrisa. No recordaba cuánto un muchacho había echo
eso. Todos la miraban, como mínimo. Algunos le chiflaban. Algunos se
detenían para hablarle. Otros se limitaban a mirarla fijamente.
Y aquello siempre había complicado a Mariana.
Al
fin y al cabo, ¿había algo más importante que los chicos? Ellos eran el
indicador de lo popular que eras. Y podían ser útiles para toda clase
de cosas. En ocasiones resultaban excitantes, pero por lo general eso no
duraba demasiado. Aveces eran desagradables desde el principio.
La
mayoría de los chicos, reflexionó Mariana, eran como cachorros.
Adorables en su ambiente, pero prescindibles. Unos pocos podían ser más
que eso, podían convertirse en auténticos amigos. Como Yuchun.
Ah,
Yuchun. El año anterior había esperado que fuera la persona que
buscaba, el chico que podía hacerla sentir..., bueno, algo más. Más que
el arrebato triunfal de hacer una conquista, el orgullo de exhibir la
nueva adquisición ante otras chicas. Y realmente había llegado a sentir
una afecto autentico por Yuchun. Pero en el transcurso de verano, cuando
tuvo tiempo de pensar, comprendió que era el afecto que sentiría por
una prima o una hermana.
La señorita Mendoza estaba distribuyendo
los libros de texto. Mariana tomó el suyo mecánicamente y escribió su
nombre en el interior, sumida aún en sus reflexiones.
Le gustaba Yuchun más que cualquier otro chico que había conocido. Y por eso iba a decirle que todo había terminado.
No
había sabido como decírselo por carta. Tampoco sabia como decírselo
ahora. No era que temiera que él fuera armarle un escándalo;
sencillamente, no lo comprendería. Ella tampoco lo comprendía en
realidad.
Era como si siempre intentara alcanzar... algo. Sólo que
cuando pensaba que lo había conseguido, no estaba allí. No con Yuchun,
no con ninguno de los chicos con lo que había salido. Y entonces tenía
que volver a empezar, desde el principio. Por suerte, siempre había
material nuevo. Ningún chavo se la había resistido, y ningún chico la
había desairado jamás. Hasta aquel momento.
Hasta aquel momento.
Recordó aquel instante en el vestíbulo, Mariana descubrió que tenia los
dedos crispados sobre la pluma que sostenía. Seguía sin poder creer que
él la hubiera ignorado de aquel modo.
Sonó la campana y todo el
mundo salio en tropel del aula, pero Mariana se detuvo en la entrada. Se
mordió el labio, escrutando el rio de las estudiantes que cruzaban el
pasillo. Entonces distingo a una de las chicas que habían estando
pululando a su alrededor en el estacionamiento.
------¡Lidia! Ven aquí.
La aludida se acercó entusiasmada, con el poco agraciado rostro iluminándose.
------Escucha, Lidia, ¿recuerdas a ese chico de esta mañana?
------¿El del Porsche y los... ejem... atractivos personales? ¿Cómo podría olvidarlo?
------Bueno,
quiero su horario de clases. Consíguelo en la oficina administrativa si
puedes, o cópialo de él si es necesario. ¡Pero hazlo!
Lidia se mostró sorprendida durante un instante, luego sonrió de oreja a oreja y asintió.
------De acuerdo, Mariana, lo intentaré. Me reuniré contigo a la hora de la comida si puedo conseguirlo.
------Gracias.
Mariana contempló a la muchacha mientras ésta se alejaba.
------¿Sabes?, estas realmente loca ------dijo Kimberly en su oído.
------¿De
qué sirve ser la reina de la escuela si no puedes abusar un poco de tu
autoridad a veces? ------replicó ella con tranquilidad------. ¿Adónde
voy ahora?
------Tecnologías. Toma, quédatelo ------Kimberly le
tendió bruscamente un horario------. Tengo que ir corriendo a química.
¡Nos vemos luego!
La clase de tecnológicas y el resto de la mañana
pasaron de un modo vago. Mariana había esperado vislumbrar otra vez al
nuevo alumno, pero no estaba en ninguna de sus clases. Yuchun sí estaba
en una, y sintió una punzada cuando los ojos cafés oscuros de él se
encontraron con los suyos, con una sonrisa.
Al sonar la campana
que anunciaba la hora de la comida, saludó con la cabeza a derecha e
izquierda mientras iba hacia la cafetería. Sheilalin estaba afuera,
apoyada con el aire indiferente contra una pared, con la barbilla
levantada, los hombros echados hacia atrás y las caderas hacia adelante.
Los dos muchachos con los que hablaba se callaron y dieron codazos al
acercase Mariana.
------Hola ------saludó lacónica Mariana a los chicos, y luego le dijo a Sheilalin------: ¿Lista para entrar a comer?
Los
ojos verdes de la muchacha apenas oscilaron en dirección a Mariana, y
apartó unos brillantes cabellos castaños rojizos del rostro.
------¿En la mesa real? ------Preguntó.
Mariana
se sintió desconcertada. Sheilalin y ella habían sido amigas desde el
kinder, y siempre habían competido entre sí con buen humor. Pero
últimamente algo había sucedido a Sheilalin, que había empezado a
tomarse la rivalidad cada vez más en serio. Y en aquel momento, a
Mariana le sorprendió la amargura en la voz de la otra muchacha.
-------Bueno, no se puede decir precisamente que tú pertenezcas a la “plebe” ------respondió en tono desenfadado.
------Ah, en eso tienes mucha razón ------respondió Sheilalin, girando para colocarse totalmente de cara a Mariana.
Sus
ojos verdes estaban entrecerrados y velados, y a Mariana le impresionó
la hostilidad que vio en ellos. Los dos muchachos sonrieron inquietos y
se alejaron poco a poco.
Sheilalin no preció advertirlo.
------Muchas
cosas han cambiado mientras estabas fuera este verano, Mariana
------prosiguió------. Y simplemente es posible que tu tiempo en el
trono se esté acabando.
Mariana había enrojecido; lo notaba. Se esforzó por mantener la voz tranquila.
------Es
posible ------respondió------. Pero yo no me compraría aún un centro si
fuera tú, Sheilalin. ------Dio media vuelta y entro al comedor.
Fue
un alivio ver a Kimberly y a Paola, y a Lidia junto a ellas. Sintió
como sus mejillas se enfriaban mientras elegía su comida e iba a
reunirse con ellas. No dejaría que Sheilalin la trastornara: no pensaría
en absoluto en ella.
------Lo tengo ------anunció Lidia, agitando un trozo de papel cuando Mariana se sentó.
------Y
yo tengo cosas interesantes que contar ------presumió Paola------.
Mariana, escucha esto. Está en mi clase de biología, y mi pupitre está
cerca del suyo. Su nombre es Junsu, Kim Junsu, viene de Corea del Sur y
se hospeda en la casa de la anciana señora Gutiérrez, en las afueras de
la cuidad.------ Suspiró------. Es tan romántico... A Sheilalin se le
cayeron los libros, y él se los recogió.
------Qué torpe es Sheilalin ------comentó Mariana, haciendo un gesto------. ¿Qué más sucedió?
------Bueno,
eso es todo. En realidad no habló con ella. Es muuuy misterioso,
¿sabes? La señora Ángela, mi profesora de biología, intentó conseguir
que se quitara los lentes, pero no quiso hacerlo. Padece de una
infección.
------¿Qué clase de infección?
------No lo sé. A lo mejor es terminal y sus días están contados. ¿No sería romántico?
------Oh, sí, mucho ------dijo Kimberly.
Mariana revisaba la hoja de papel de Lidia, mordiéndose el labio.
------Está en mi séptima hora, Historia Europea. ¿Alguien más tiene esa clase?
------Yo
------respondió Paola------. Y creó que Sheilalin también. Ah, y a lo
mejor Yuchun; dijo algo ayer sobre lo mala que era su suerte al tener
como maestro al señor Tanner. ¿Se dan cuenta?
------¿De qué?
------De que Yuchun y Junsu son del mismo País ------prosiguió------. De Corea del Sur... Seguro se harán muy buenos amigos.
------Cierto ------dijo Lidia.
Maravilloso,
se dijo Mariana, tomando el tenedor y acuchillando su puré de papas.
Parecía que la séptima hora de clases iba ser sumamente interesante.
Junsu
se alegró de que el día escolar finalizara ya. Deseaba abandonar
aquellos recintos y pasillos atesados, aunque solo fuera durante unos
minutos.
Tantas mentes. La presión de tantas pautas de
pensamiento, de tantas voces mentales rodeándolo, lo mareaba. Hacía años
que no había estado en medio de una multitud de gente como aquella.
Una
mente en particular destacaba de la demás. Ella había estado entre los
que lo observaban en el pasillo principal del edificio de la
preparatoria. No sabía que aspecto tenía la muchacha, pero su
personalidad era impresionante. Estaba seguro de que podía reconocerla.
Hasta
el momento, al menos, había sobrevivido al primer día de la farsa.
Había usado los poderes sólo dos veces, y además con moderación. Pero
estaba cansado, y, admitió con pensar, hambriento. El conejo no había
sido suficiente.
Ya se preocuparía por eso más tarde. Localizó su
última aula y se sentó. E inmediatamente sintió la presencia de aquella
mente otra vez.
En el límite de su conciencia, una luz dorada,
suave y la vez vital, resplandecía. Y, por primera vez, consiguió
localizar a la chica de la que procedía. Estaba sentada frente a él. En
el mismo instante en lo que pensaba, ella volteó la cabeza y él miró su
rostro. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no lanzar una exclamación
de sorpresa.
¡Naony! Pero, por supuesto, no podía ser. Naony estaba muerta, nadie lo sabía mejor que él.
Con
todo, el parecido era asombroso. Aquel cabello de un castaño dorado
pálido, tan brillante que parecía alumbrar tenuemente. Aquella piel
cremosa, que siempre lo había echo pensar en cisnes o en alabastro,
sonrojándose con un leve tono rosa sobre lo pómulos. Y los ojos... Los
ajos de Naony habían sido de un color que no había visto nunca antes;
más oscuros que el azul celeste, tan intensos como el lapislázuli de su
enjoyada diadema. Esa chica tenía los mismos ojos.
Y estaban puestos directamente en él mientras le sonreía.
Rápidamente,
bajó los ojos, apartándolos de la sonrisa. Lo que menos pensaba era
pensar en Naony. No quería mirar aquella chica que se la recordaba, y no
quería seguir sintiendo su presencia. Mantuvo los ojos puestos en el
pupitre, bloqueando su mente con toda la energía de que fue capaz. Y por
fin, lentamente, ella volteó la cabeza otra vez.
Se sentía
herida. Incluso a través de los bloqueos, lo percibió No le importó. De
hecho, le satisfacía, y esperó que eso la mantuviera lejos de él. Aparte
de eso, no sentía ninguna otra cosa por ella.
No dejó de decirse
eso mientras permanecía allí sentado, con las voz monótona del profesor
desparramándose sobre él sin que la escuchara. Pero podía oler el sutil
rastro de algún perfume..., violetas, se dijo. Y el delgado cuello de la
chica estaba inclinado sobre su libro, con el cabello cayéndole a ambos
lados.
Lleno de ira y contrariedad, reconoció que la seductora
sensación de sus dientes..., era mas un hormigueo o un cosquilleo que un
dolo persistente. Era hambre, un hambre especifica y no un hambre que
pensara satisfacer.
El profesor pasaba por el aula como un hurón,
haciendo preguntas, y Junsu fijó deliberadamente su atención en el
hombre. En un principio se sintió perplejo, pues a pesar de que ninguno
de los alumnos sabía las respuestas, las preguntas seguían llegando.
Entonces comprendió que ese era el propósito del profesor. Avergonzar a
los alumnos con lo que no sabían.
En aquel mismo instante había
encontrado a otra víctima, una muchacha delgada con abundantes rizos
rojos y cara en forma de corazón. Junsu contemplo con disgusto cómo el
profesor la importunaba con sus preguntas. La muchacha parecía muy
desgraciada cuando él se apartó de ella para dirigirse a toda la clase.
------¡Ven
a lo qué me refiero? Ustedes piensas que son la gran cosa; estudiantes
de último curso ya, listo para graduarse. Bien, permitanme que les diga
esto: algunos do estas preparados ni para graduarse del kinder. ¡Cómo
está! ------Señaló en dirección a la chica pelirroja------. No tiene
idea sobre la revolución francesa. Cree que María Antonieta era una
estrella del cine mudo.
Los alumnos que rodeaban a Junsu empezaron
a moverse incómodos. Pudo percibir el rencor en sus mentes, y la
humillación. Y el miedo. Todos le temían aquel hombrecito delgado con
ojos parecidos a los de un tlacuache, incluso los chavos mas grandotes
que eran más altos que él.
------A ver, probemos con otra época.
------El profesor se volteó de nuevo hacia la misma chica a la que había
estando interrogando------. Durante el renacimiento... ------Se
interrumpió así mismo------. Sabes al menos qué es el renacimiento,
¿verdad? El periodo entre los siglos XIII y XVII, durante en el que
Europa redescubrió las grandes ideas de la antigua Grecia y Roma. El
periodo que alumbró a tantos de los artistas y pensadores mas
importantes de Europa. ------Cuando la chica asintió atropelladamente,
él prosiguió------. Durante el renacimiento, ¿qué hacían los alumnos de
la edad de ustedes en la escuela? ¿Alguna idea? ¿Se te ocurre algo? La
muchacha tragó con fuerza y, con una débil sonrisa, dijo:
------¿Jugar fútbol?
Ante las carcajadas que siguieron, el rostro del profesor se ensombreció.
------¡Más
bien no! ------vociferó, y la clase enmudeció------. ¿Crees que esto es
un chiste? Pues fíjense, en estos días, los estudiantes de su edad
dominaban ya varios idiomas. También habían llegado hacer expertos en
lógica, matemáticas, astronomía, filosofía y gramática. Estaban listos
para pasar a una universidad en la que cada curso se ensañaba latín. El
fútbol sería rotundamente la última cosa en la que...
------Disculpe.
La sosegada voz detuvo al profesor en la mitad del sermón.
Todo el mundo se volteó para mirar a Junsu.
------¿Qué? ¿Qué dijiste?
------Le
dije: disculpe.------ repitió Junsu, quitándose los lentes y poniéndose
de pie------. Pero está equivocado. A los estudiantes del Renacimiento
se les animaba a practicar en juegos. Se les enseñaba que un cuerpo sano
conlleva una mente sana. Y, desde luego, tenían deportes de equipo,
como el críquet, el tenis... e incluso el fútbol. ------Se volteó a
mirar a la chica pelirroja y sonrío, y ella le devolvió la sonrisa con
gratitud; dirigiéndose al profesor, añadió------: Pero las cosas más
importantes que aprendían eran buenos modales y urbanidad. Estoy seguro
que su libro se lo dirá.
Algunos alumnos sonreían abiertamente. El
rostro del profesor estaba rojo de rabia, y el hombre tartamudeaba.
Pero Junsu siguió sosteniendo la mirada, y al cabo de un minuto fue el
otro quién desvió los ojos.
Sonó la campana.
Junsu se puso
rápidamente los lentes y recogió sus libros. Ya había atraído más la
atención sobre sí de la que debería, y no quería mirar a la chica
castaña otra vez. Además, necesitaba salir de allí rápidamente; notaba
una familiar sensación abrasadora en sus venas.
Cuando llegaba a la puerta, alguien gritó:
------¡Eh! ¿Realmente jugaban fútbol en aquellos tiempo?
No pudo evitar lanzar una sonrisa burlona por encima del hombro.
------Claro que sí. Aveces con las cabezas cortadas de los prisioneros de guerra.
Mariana
lo observo mientras se alejaba. La había rechazado deliberadamente. La
había desairado a propósito, y delante de Sheilalin, que no le había
quitado los ojos de encima. Las lágrimas ardían en sus ojos, pero aquel
momento sólo una idea bullía en su cabeza.
Lo tendría, incluso aunque le costara la vida. Aunque les costará la vida a los dos, lo tendría.
Autora: Ana R. Mendez
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